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¿Hay algo de esto que no sea tan verdadero como es cierto que yo soy y que existo, aun cuando estuviere siempre dormido y aun cuando el que me dio el ser emplease toda su indus¬tria en engañarme?
Pero, sin embargo, aún me parece que no puedo por menos de creer que las cosas corporales, cuyas imágenes se forman en el pensamiento y que caen bajo los sentidos, y que los sentidos mismos examinan, son conocidas mucho más distintamente que esta parte, no sé cual, de mí mismo, que no cae bajo la imaginación; aunque, efectivamente, es bien extraño decir que conozco y comprendo más distintamente unas cosas, cuya existencia me parece dudosa y que me son desconocidas y no me pertenecen, que aquellas otras de cuya verdad estoy persuadido y me son conocidas y pertenecen a mi propia naturaleza: en una palabra, que a mí mismo.
Pero en fin, heme aquí insensiblemente en el punto a que quería llegar; pues ya que es cosa, para mí manifiesta ahora, que los cuerpos no son propiamente conocidos por ...
Descartes, tras desconfiar de la información sensible y poner en duda la capacidad de la razón para alcanzar el verdadero conocimiento – hipótesis del genio maligno - cree haber encontrado una verdad universal y necesaria: su existencia, porque puede estar equivocado sobre todo lo que considera verdadero, pero para estarlo ha de existir necesariamente.
Pero, ¿qué es él? Una cosa que piensa. Por tanto, una cosa que duda, entiende, concibe, afirma, niega, quiere, no quiere, imagina y siente.
La razón concibe clara y distintamente su propia existencia y aunque pueda parecer que no duda sobre la existencia de una realidad exterior – la existencia de mi cuerpo en concreto – podría estar equivocada. La existencia de mi razón es condición necesaria para poder establecer con total seguridad la existencia de mi cuerpo y, además, no es condición suficiente porque, para hacerlo, es necesario demostrar que no está equivocada.
Què és, doncs, allò que coneixíem amb tanta distinció en aquell tros de cera? Certament, no pot ser res del que he notat mitjançant els sentits, ja que totes les coses percebudes pel gust, l’olfacte, la vista, el tacte o l’oïda han canviat i, malgrat tot, continua havent-hi la mateixa cera. Potser és el que ara penso, això és: que la cera no era ni aquesta dolçor de mel, ni aquesta agradable olor de flors, ni aquesta blancor, ni aquesta figura, ni aquest so, sinó tan sols un cos que poc abans se’m manifestava sota aquestes formes i, ara, sota unes altres. Però, què és, parlant amb precisió, el que jo imagino quan la concebo d’aquesta manera? Considerem-ho atentament i, apartant totes les coses que no pertanyen a la cera, vegem què en resta. Certament, només alguna cosa extensa, flexible i mutable. […] Però, què és aquest tros de cera que només pot ser comprès per l’enteniment o per l’esperit? Sens dubte, és el mateix que veig, que toco, que imagino; en fi, és el mateix que conec des...
Los seres que conforman la realidad extramental – por ejemplo, la cera - no pueden ser conocidos por medio de la información sensible, ni de la imaginación. Los cuerpos pueden experimentar innumerables cambios – como ocurre con la cera – y aquello que percibimos cambiante en ellos no puede constituir su esencia.
La esencia de los cuerpos ha de ser aquello que permanece a través de todos los cambios y variaciones y que sólo nos es conocido por el entendimiento: la extensión.
“Pues habituado en todas las demás cosas a distinguir entre la existencia y la esencia, me persuado fácilmente de que la existencia puede separarse de la esencia de Dios y, por lo tanto, de que es posible concebir a Dios como no siendo actualmente. Pero, sin embargo, cuando pienso en ello con más atención, encuentro manifiestamente que es tan imposible separar de la esencia de Dios su existencia, como de la esencia de un triángulo rectilíneo el que la magnitud de sus tres ángulos sea igual a dos rectos, o bien de la idea de una montaña la idea de un valle: de suerte que no hay menos repugnancia en concebir un Dios, esto es, un ser sumamente perfecto a quien faltare la existencia, esto es, a quien faltare una perfección, que en concebir una montaña sin valle.”
Descartes, tras sus dos primeras demostraciones de la existencia de Dios en su tercera meditación y establecer que un Dios absolutamente bueno y veraz no puede ser causa de los errores de nuestra razón y legitimar nuestra confianza en ella en su cuarta meditación, considera necesario en este texto de la quinta meditación demostrar definitivamente la existencia de Dios por medio de su famoso argumento ontológico. La idea principal de este texto es la de la existencia “necesaria” de Dios porque su existencia es una de las perfecciones incluidas en su esencia. La existencia de Dios, por tanto, no puede separarse de su esencia. De la esencia de un triángulo no podemos excluir que sus ángulos externos sumen 180 grados y a la esencia de la idea de montaña no podemos sustraerle el considerar que refleja una elevación del terreno respecto a otro terreno situado en un plano inferior.
Si esto es imposible para la razón – cosa evidente para todos -, tan imposible como lo anterior..