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Jeremy Bentham fue un filósofo y jurista londinense.
Es considerado junto con Stuart Mill el padre del utilitarismo.
Fue un niño prodigio, antes de alcanzar los 5 años ya sabía leer y escribir textos, entendía latín, griego y latín y tocaba el violín.
A los 12 ingresó en la Universidad de Oxford (siendo la persona más joven en hacerlo hasta ese momento) para seguir los pasos de su padre y estudiar Derecho
Al acabar sus estudios comenzó a ejercer como abogado, pero durante un tiempo breve porque despertó más interés en él la propia filosofía del derecho, de manera que pasaría buena parte de su vida dedicándose a teorizar tanto de esa como de otras cuestiones.
Su obra más famosa fue “Una introducción a los principios de la moral y la legislación”, que apareció el año de la Revolución francesa, pero realizo numerosas obras más.
Según Bentham el utilitarismo establece que la mejor acción es la que produce la mayor felicidad y bienestar para el mayor número de individuos involucrados y maximiza la utilidad.
Bentham entiende la utilidad como la propiedad que tienen los objetos de producir beneficio, ventaja, placer, bien o felicidad -sin establecer diferencia entre estos fenómenos-, o para prevenir el daño, el dolor, el mal o la infelicidad. Por “utilidad” entendía cualquier cosa que produjese placer o felicidad y cualquiera que evitase el dolor o sufrimiento.
Para Bentham el placer es el único bien existente y el dolor el único mal.
Por ejemplo, el hecho de comprar helado no es que sea bueno en si mismo, si no que el verdadero motivo es que provoca placer al comerlo, de igual modo procuras no hacerte quemaduras porque eso resultaría doloroso.
El valor de cada placer y dolor, sostiene el filósofo, puede ser evaluado en sí mismo de acuerdo a seis criterios: intensidad, duración, certeza, proximidad, la fecundidad del placer o dolor observado y la pureza. La fecundidad se refiere a la probabilidad de dar lugar a un acto de su misma especie: si del placer viene placer, si del dolor viene dolor; la pureza se refiere a la probabilidad de no dar lugar a un acto de la especie contraria: si el placer da dolor, y si el dolor da placer) Finalmente, a estos seis criterios que permiten evaluar el nivel de placer obtenido en cada acto individual y su tendencia al mismo, se añade un último elemento ideado para estimar la utilidad colectiva: la extensión social del placer o dolor, esto es, el número de personas que son afectadas por él.
Una vez distinguidos estos siete criterios, Bentham propone un método para calcular la utilidad social que involucra cualquier acto.
a) Según él, los placeres pueden ser medidos, comparados, compensados, sumados, dando lugar a una “aritmética de los placeres”. La aritmética consiste en ponderar los placeres teniendo en cuenta la intensidad la duración la certeza y la proximidad entre sí: por ejemplo, un placer más seguro, aunque menos intenso y más lejano en el tiempo, puede ser preferido a otro más intenso e inmediato, aunque más aleatorio.
b) el valor de cada placer y cada dolor que parece seguirse con posterioridad al acto, es decir, su fecundidad y pureza. Posteriormente, se procede a
c) sumar todos los placeres, por un lado, y todos los dolores, por el otro, para ver hacia qué polo -positivo o negativo- se inclina la utilidad en cada individuo. Luego de haber realizado este proceso a nivel personal, propone Bentham
d) sumar el total de placeres de todas las personas interesada
“Cada uno cuenta por uno, nadie por más de uno”. Nadie obtiene un trato especial. El placer de un aristócrata no cuenta más que el de un pobre trabajador. Esto fue muy criticado en la época en tiempos donde aún había una distinción social por clases, la alta sociedad no veía bien esta clase de pensamientos que igualaban a todos. Los animales puesto que podían sentir placer y dolor, también formaban parte de su ecuación de la felicidad.
Immanuel Kant sostenía que tenemos deberes, como por ejemplo “no mentir nunca”, válidos para todas las situaciones. Bentham, sin embargo, creía que una acción es correcta o incorrecta de pendiendo del resultado que se pueda obtener de ella. Y esto puede diferir según las circunstancias. Mentir no es necesariamente siempre algo malo. Puede haber ocasiones en las que sea lo correcto. Si, una vez tomados en cuenta todos los factores, creemos que se obtendrá mayor felicidad contando una mentira, eso es lo moralmente bueno en esas circunstancias. Si un amigo pregunta si le quedan bien sus nuevos pantalones vaqueros, alguien que siguiera a Kant diría la verdad, aunque no sea lo que su amigo quiere oír; un utilitario, en cambio, pensaría antes si no se obtendría mayor felicidad contando una mentira piadosa. Si es así, la mentira es la respuesta adecuada.
El punto crítico de esta discusión se alcanza cuando determinadas acciones maximizan las ventajas sociales al costo de abandonar los derechos humanos. Michael Sandel (2011) ha ofrecido un ejemplo bastante instructivo al respecto: en la antigua Roma echaban a los cristianos a los leones en el Coliseo para divertir a la muchedumbre. Imagine el correspondiente cálculo utilitario: sí, los cristianos sienten un dolor espantoso cuando los leones los muerden y devoran; pero tenga en cuenta el éxtasis colectivo de los vociferantes espectadores que abarrotan el Coliseo. Si hay suficientes romanos que sacan suficiente placer del violento espectá****, ¿hay alguna razón por la que un utilitarista pueda condenarlo?
Siguiendo fielmente el utilitarismo de Bentham -y aceptando que la suma de placeres en el Coliseo supera la de los dolores-, no habría motivos para dejar de torturar y matar cristianos en el circo romano, e incluso podría fomentarse justificadamente esa práctica. Esta situación, en dond
En todas las sociedades que se conocen, el respeto de la vida humana aumenta la felicidad. Pero ¿este ha sido un respeto universal, o solamente reservado para un grupo selecto de hombres libres (en donde, por ejemplo, no estaría incluido el conjunto de prisioneros cristianos)? ¿Y qué pasaría si efectivamente en la antigua Roma, como excepción histórica, el público del Coliseo hubiera sentido un intenso, perdurable y fecundo placer con los espectá***** de sangre humana, más fuerte que el dolor agregado de los pocos seres humanos sacrificados y también más potente que la felicidad social generada por la garantía estable de los derechos humanos?
Se realiza una evaluación circunstancial, caso a caso, que no puede asegurar estándares morales mínimos por medio de la promoción de un principio ético general